Las promesas de Dios son fieles y verdaderas. Él prometió estar con nosotros todos los días hasta el fin del mundo.
Las promesas de Dios son “sí” y “amén”. Por su misericordia, cada reunión que tenemos se convierte en una experiencia nueva, maravillosa y refrescante en su presencia.
Salmo 22:3 dice:
“Pero tú, Señor, eres santo; tú habitas entre las alabanzas de tu pueblo.”
Salmo 89:15:
”¡Cuán bienaventurado es el pueblo que sabe alabarte! Andará a la luz de tu rostro, y en tu nombre se alegrará todo el día.”
Cuando alabamos a Dios, muchas cosas maravillosas suceden, y la más hermosa de ellas es que el Padre está celebrando con nosotros la victoria de Cristo. El pueblo que alaba a Dios es un pueblo agradecido y victorioso.
La alabanza es una expresión de gratitud por todo lo que Dios ha hecho en nosotros.
La adoración va más allá del canto; es una manera de expresar, a través de nuestra obediencia, lo agradecidos que estamos y reconocer lo hermoso que Él es.
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